Se había cansado de la tarea habitual: ir y venir por la casa y por las
calles en busca de que lo cotidiano no sea tan constante. Se decía a si
mismo que ya era hora de buscarse una tarea más acorde con lo que le gustaba
hacer: conversar.
Así fue como un día cambió las costumbres y entró en un bar. Un bar con una
decoración agradable, vistosa, sin televisores ni música fuerte. Buscó la
mesa más alejada y cuando pidió el café le explicó al mozo que venía a
conversar y que se quedaría mucho tiempo, lo suficiente para escuchar y
charlar con quién quisiera.